martes, 21 de febrero de 2012

correo-e

Me golpeó el corazon al ver que él finalmente me había escrito un email. Pensar que por fin se me iba a declarar me duró lo mismo que tardé en abrir el correo y ver que era un anuncio de viagra desde un virus.

lunes, 20 de febrero de 2012

Venganza

Ya que me van a matar, que por lo menos no lo haga la inyección letal -se repetía mientras perdía el oxígeno por la garganta hinchada por la alergia al marisco que había elegido para su última cena.

lunes, 13 de febrero de 2012

Cómo inventar recuerdos y no convertirse en uno


A veces me imagino que los familiares que han muerto no han muerto y recreo en mi cabeza los recuerdos que tendría dibujados, como cuando en las películas cambian el futuro desde el pasado, como en Efecto mariposa o esta magnífica película llamada Al diablo con el diablo. Pues yo, al igual que este buen cine, a veces juego a que un vendaval de recuerdos revolotean en mi mente y pienso qué sería ir a comer a casa de mis abuelos al mediodía y cruzarme con el hijo de su vecino que terminó sus estudios de medicina y ahora salva vidas en África. Bueno sí, esto es lo que pasa cuando recreas fantasías, que siempre sobrevaloras a las personas que no tienes y les concedes casi el estadio de madres Teresas. Y tampoco es eso. Pero bueno, es mi fantasía y hago lo que quiero. Aunque como sucede en Efecto Mariposa, Al diablo con el diablo y de más películas, san pronto como este revoloteo se agita en tu cabeza, desaparece cuando suena el teléfono, el despertador o la bocina de un autobús que ha estado a punto de atropellarte y convertirte en nada más que un recuerdo revoloteando por la mente de alguna despistada cabeza.

Moraleja: soñar es bueno, pero hazlo en un lugar fresco y seco, como la despensa de pan Bimbo.

domingo, 31 de julio de 2011

Comunicación 2.0




Si, si, tú. Le repitió el camarero al chico con gorra que acababa de entrar en la bocatería. Es para ti. El camarero le alargó el teléfono estirando el cable rizado y el chico lo cogió sin comprender cómo podía alguien saber que acababa de llegar de viaje a ese bar. Había cogido un billete de ida para alejarse de su ciudad. Después de 6 años de una vida en común, bromas ridículas y sexo, su novia le había dejado sin dar más explicaciones. Sólo un mensaje en móvil. ¿Si? Si, soy yo. El chico se puso serio de repente. Sus brazos estaban tensos. No se movía ni para cargar el peso en el otro pie. Mantenía el auricular rojo pegado a la cabeza mientras escrutaba el bar. Parecía un timón deteniéndose a cada grado. El camarero lo miró. El chico le saludó falsamente.
Una señora le pidió al camarero que le trajera más sal, que el médico le hubiera dicho que tenía la tensión alta no significaba que no podía saborear la comida.
La madre se esforzaba en la mesa del fondo en que sus hijos no se lanzaran el ketchup entre ellos. Un viejo miraba desde la tranquilidad de la barra a la señora echarse la sal. La melena canosa se le movía de una forma que lejos de acentuar su edad y su calvicie, le daba autenticidad a su madurez.
El chico colgó el teléfono muy lentamente, como si le costara cortar la comunicación con la persona del otro lado.
El chico miró muy serio al camarero. Éste traía el kétchup de la mesa de los niños y le preguntó amable si estaba todo bien. El chico lo miró como si fuera la última vez que iba a poder ver una sonrisa.
Como si le hubiera estallado algo dentro, empujó al camarero contra la barra y se subió sobre ésta. Todo el mundo, hasta el anciano que observaba a la señora, se volvieron sorprendidos.
He puesto una bomba en el teléfono. Si no os marcháis todos ahora mismo llamaré con mi móvil para detonarla.
La madre, los niños, el anciano, la señora, y demás se levantaron asustados y comenzaron a gritar. El camarero, que estaba recuperándose del golpe en la espalda que le costaría la baja en su equipo de balonmano, intentó agarrarle de las piernas para tirarle al suelo, pero el chico consiguió esquivarle. Vete, lárgate. El camarero cogió una silla y se la lanzó. El chico saltó de la barra sobre el camarero y comenzó a golpearle. La sangre ya se esparcía por su puño, pero el chico estaba desesperado y no se dio cuenta de que se había pasado hasta que no conseguía distinguir más que la nariz que flotaba de toda la sangre.
El camarero intentó arrastrarse a la salida pero se quedó en la mitad.
De repente silencio. El chico comprobó que todo el mundo había escapado del bar e hizo una llamada con el teléfono. Marcó un número de memoria. Dijo algo que sólo duro una frase. Salió del bar y se cruzó con cuatro personas que entraron corriendo al bar, encapuchados. Al otro lado de la acera estaba ella.
El chico corrió hacia ella. Tenía un aspecto horrible, ojeras, cortes en los brazos y en la cara, sangre del labio. Ella sólo lloraba al verle. Cruzaron la calle y se abrazaron. Ella le manchó de lágrimas y él de sangre.
Ella sólo repetía No fui yo, no fui yo.

martes, 19 de julio de 2011

Es duro ser gato


No supe qué contestarle hasta que el gato se giró hacia mí con odio. Yo no entendía por qué alguien con la piel tan suave podía odiar a una pelota de lana, pero era así. Me dejé caer por la escalera del apartamento para darle más gracia a la persecución; pensé que a los gatos les gustas trabajarse los logros.
El gato bajó corriendo, siguiéndome, tratando de tirar de la hebra que dejaba como rastro sobre la alfombra burdeos de la escalera. Pero siempre acababa escapándose entre sus patitas imprecisas. Las uñas se las habían cortado hace poco, en un intento de civilizar a un gato callejero en pro del parqué y las persianas, y eso le hacía sentirse cada vez más nervioso. Seguí bajando escalón tras escalón, dejándome girar, rodando, apostando conmigo mismo en qué escalón me atraparía finalmente. Pero de repente escuché un cuerpo tropezar. No quise mirar, la última vez que me di la vuelta, caí en la trampa del gato y en el segundo en que me detuve me atrapó. Así que seguí intentando llegar hasta abajo pero de repente una bola de pelo pesada me pasó por encima, convirtiendo mi perfecta esfera en algo más zepelín que tardón unos segundos en reponerse.
Lo siguiente que recuerdo son unas risas que me despertaron. Yo ya era redondo de nuevo, y estaba en el suelo. Intenté tirar de mi hebra pero algo se interponía; el gato estaba enredado con la hebra, tirado en el suelo y mirando los ratones de debajo del sofá reírse de él.
El gato gimió, creí entender que me preguntaba si me estaba vengando habiéndole tendido tan astuta trampa. No supe qué contestarle hasta que el gato se giró hacia mi con odio.
Cómo iba a saber yo que lo único que quería era bajar por una vez las escaleras en paz sin tener que perseguir a ningún ovillo ni ratón, sólo una persona normal. A veces es muy duro ser gato.

martes, 28 de junio de 2011

Isla desierta


Veía a gente bracear desde la lancha de rescate. Me habían visto. Por fin. Después de tantos días perdido en la isla. Quién me mandaría a mí subir a aquel barco en el puerto de Goa. Pero Sandra siempre ha sido muy insistente; con unas ganas insaciables de experimentar cosas nuevas. No le bastaba con un helado de chocolate, como a todas las mujeres? O en su caso, experimentar el nuevo sabor almendra-menta? No. Teníamos que subir a ese barco de madera agrietado a cada paso.
En la lancha que se acerca a toda prisa habrá unas seis personas, no las veo muy bien, pero se acercan rápido con el motor. Lo que hubiéramos dado Sandra y yo por uno de esos motores para salir de esta isla en el medio de la nada, y sin ningún otro superviviente más que nosotros. La isla por tener, no tiene ni un triste árbol.
Si, son 6, ahora lo veo bien. Creo que uno de ellos es mi hermano. Si, y a su lado mi suegra, dando saltos, como siempre, Sólo que su envergadura hace que no sea el momento más apropiado.
Creo que este es el momento de coger las pertenencias o recuerdos que quiero llevarme de la isla. Voy a echar un vistazo. Entre la caracola reseca y el yerbajo de paja chamuscada, no sé con qué quedarme.
Si es que no había nada en esta isla. El que se inventó el concepto ‘isla desierta’ debió de pasar por aquí´.
La lancha ya está casi en la orilla. Mi hermano salta y corre hacia mí. Nos abrazamos. ¡Hacía cuánto que no sentía otro cuerpo entrelazarse calienta en mis brazos! Mi suegra viene también, mojando sus michelines. Y detrás, personas que no conozco. Todos interesados en el rescate. Son policías, médicos… no paran de preguntar cómo estamos .
¿Estamos?
Ya. Supongo que ahora es cuando tengo que explicar que Sandra sobrevivió sólo unos días. Después, finalmente di a Sandra la experiencia de su vida… y he de decir que fue una experiencia muy sabrosa.

miércoles, 22 de junio de 2011

TÍa, búscate una vida



He estado mirando en la sección de clasificados y, aunque dicen que el sexo es vida, y que para vivirlo en la intimidad hace falta una casa; no, no quiero alquilar ni lofts ni meretrices.
Francamente, hacerme un bocadillo de arcilla cocida y filetes de pechos no es lo que más se me antoja después de haber comido pollo con almendras del chino de abajo de mi casa (donde cada vez que entro, una sonrisa achinada me pregunta si ha sido un día duro “vamos poco a poco”, le contesto yo con una resignación occidental). Ojo, que no estoy queriendo decir nada en contra de la cultura amarilla. Ni del amarillismo. Ni del humor de dicho color.
Llamadme rara si queréis, pero tengo esa melancólica afección que se dice de las personas que creen que la vida está en el viento (¡Oh, poesía!), en la calle, en ver reírse al anciano del bus sólo, porque estará recordando alguna jugarreta que hizo cuando era infante (Hago un a parte para especificar que los señores mayores de hoy en día no han sido niños, sino infantes, y no atendían a la pizarra, sino al encerado, y escribían con lapicero) y maquinaba cómo robar un billete para montar al carrousel de las fiestas de su pueblo; o buscar revelaciones paranormales o metafísicas (al gusto) en la pared de gotelé. O escuchar un sonido en la calle y pensar que ha empezado a llover y asomarse para ver los charcos y evaluar lo que se va a mojar una al salir y descubrir que era sólo el camión de la basura. Bueno, esto último no es tan profundo. El camión de la basura, no quiero ofender a nadie, pero más allá de lo hondo que calan sus olores, no tiene nada más de profundo. Pero ¿y la lluvia?, ¿qué me decís de la lluvia? ¿Es o no es romántica? El diario de Noah, El diario de Bridget Jones, (qué de diarios se han profanado, ¡por dios!) Cantando bajo la lluvia…
Pero no nos desviemos, yo estaba buscándome una vida y ¿qué me encuentro? Un blog que lo único que hace es escupir al ciberespacio letras escritas ya ni siquiera en tinta, sino en impulsos electrónicos divididos en ceros y unos, como sargentos que sólo tienen dos posiciones, “¡Firmes!” y “Descansen”. Pues así son mis letras, firmes y descansadas. Supongo. Podría preguntárselo a las propias palabras:

Chicas, ¿sois así?

“Oh, bueno, ¿acaso tú eres un robot porque te hayan implantado una cadera de metal, o porque te hayan puesto gafas para ver? ¿O porque te pongan un marcapasos? No, ¿verdad?, ¿sigues siendo humano, verdad? Pues nosotras lo mismo. Estamos hechas de unos y ceros. Pero quien nos lee no ve 1 y 0; sino que nos lee y nos entiende, y le hacemos pensar sentir y, en este caso concreto, aburrirse. Así que deja de ofendernos y ¡búscate una vida!”

Vaya… ya una no puede ni desahogarse hablando. Cría diarios… y te sacarán la dignidad. Sobre todo si los esparcen por ahí en películas mojadas, desteñidas de todo contexto y con letras que lloran la tinta esparcida por el folio.
Claro, es precisamente esto lo que pasa cuando no hay ceros y unos; que hay tintas y papeles. Y si a la mezcla le añades agua tienes papier maché. Que es lo que los franceses usan para hacer figuritas. Así que ten cuidado con lo que escribes porque puede convertirse en muñecas matriuskas made in France, aux enfants de la patrie.

Tendría que haber terminado este texto hace un rato. Divagar es una palabra que me he tomado demasiado a pecho. Sobre todo últimamente. Y es tan cómodo seguir hablando cuando has cogido confianza. Porque aunque tú no me conozcas, o usted, yo sí. Y ya se sabe que más vale malo conocido… así que, ¿qué pasaría si terminara de escribir hoy y mañana escribiera más y lo leyera otra persona que no fueras tu? Lo leería un desconocido, ¡qué horror! Contar mis cosas a un desconocido! Por eso prefiero estirar este momento en el que somos casi íntimos. Si, lo somos, no lo niegues.
Ay, me llaman por teléfono, debe de ser por el anuncio que puse en el periódico preguntando por una vida para mí (la tinta del periódico no se diluye tanto con la lluvia, así que no creo que lo haya leído alguien que contemplara sus muñecas matriuskas). Mira, mañana te llamo y seguimos hablando, ¿vale? (¿Has visto qué táctica? Así no doy tanta pena, y parece que me he ido en pleno auge, y consigo que te quedes con ganas de más. Aunque ya sé que si te cuento este secreto ya no lo consigo. Bueno, te diré una cosa, y sólo te diré una, porque la siguiente te la diré el próximo día que quedemos: La familia feliz no existe, es un restaurante chino.