martes, 19 de julio de 2011

Es duro ser gato


No supe qué contestarle hasta que el gato se giró hacia mí con odio. Yo no entendía por qué alguien con la piel tan suave podía odiar a una pelota de lana, pero era así. Me dejé caer por la escalera del apartamento para darle más gracia a la persecución; pensé que a los gatos les gustas trabajarse los logros.
El gato bajó corriendo, siguiéndome, tratando de tirar de la hebra que dejaba como rastro sobre la alfombra burdeos de la escalera. Pero siempre acababa escapándose entre sus patitas imprecisas. Las uñas se las habían cortado hace poco, en un intento de civilizar a un gato callejero en pro del parqué y las persianas, y eso le hacía sentirse cada vez más nervioso. Seguí bajando escalón tras escalón, dejándome girar, rodando, apostando conmigo mismo en qué escalón me atraparía finalmente. Pero de repente escuché un cuerpo tropezar. No quise mirar, la última vez que me di la vuelta, caí en la trampa del gato y en el segundo en que me detuve me atrapó. Así que seguí intentando llegar hasta abajo pero de repente una bola de pelo pesada me pasó por encima, convirtiendo mi perfecta esfera en algo más zepelín que tardón unos segundos en reponerse.
Lo siguiente que recuerdo son unas risas que me despertaron. Yo ya era redondo de nuevo, y estaba en el suelo. Intenté tirar de mi hebra pero algo se interponía; el gato estaba enredado con la hebra, tirado en el suelo y mirando los ratones de debajo del sofá reírse de él.
El gato gimió, creí entender que me preguntaba si me estaba vengando habiéndole tendido tan astuta trampa. No supe qué contestarle hasta que el gato se giró hacia mi con odio.
Cómo iba a saber yo que lo único que quería era bajar por una vez las escaleras en paz sin tener que perseguir a ningún ovillo ni ratón, sólo una persona normal. A veces es muy duro ser gato.

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